El “Cotto”, un lugar donde nadie está solo
Nacido hace casi 60 años en nuestra ciudad, el Pequeño Cottolengo Don Orione brinda asistencia a 51 personas que viven en la institución. A algunos sus familias biológicas los visitan, pero cuando esto no sucede, existen voluntarios que brindan amor y tiempo para acompañarlos. "Andá a llorar al Cotto" ¿De dónde proviene la popular frase?. Los detalles, en esta nota.
En el Pequeño Cottolengo Don Orione de nuestra ciudad existe un grupo de voluntarios que hacen las veces de familia cuando las personas internadas allí no tienen una natural que los acompañe. La solidaridad surge entonces para poder ayudar a los internos y acompañarlos.
El padre Edgardo Crotti es el director desde hace cinco años de esta institución a la que define como "una casa grande" donde "hay días mejores y otros más complicados" pero que siempre "con buena voluntad y trabajo colaborativo" logran llevar adelante.
"Las familias siempre vienen a buscarlos para pasear, aunque nosotros tenemos de por sí una intensa actividad social. Cuando el vínculo no se puede recuperar o por distintas causas no los vienen a ver, hay familias que eligen cumplir esta función", relató el sacerdote a LA VOZ DE SAN JUSTO.
El párroco que dirige a toda esta institución dijo que "existen distintos niveles de compromiso entre los familiares", los van a ver diaria o semanalmente, en los horarios que se permite. Pero en otros casos, "porque los parientes no están más físicamente" ahí surgen estos voluntarios para dar amor y otro tipo de contención.
"Estas familias voluntarias colaboran desinteresadamente, es un servicio que hacen. Hoy tenemos un grupo de entre 30 y 40 personas puntuales que colaboran. Se los pueden llevar a pasar el día, de hecho, es común que las fiestas de fin de año también las pasen con ellos en sus casas", agregó.
No existe el encierro
Si no están siendo visitados por estas familias, las personas que viven en el Cottolengo también están paseando por la ciudad. Es común que disfruten de algún espectáculo público, o "vayan a tomar algo al centro".
En este sentido, el padre Crotti resaltó: "Actualmente acá viven 51 personas, cuyas edades van desde los 22 a los 77 años, divididos entre hombres y mujeres. Vamos también a partidos de básquet o fútbol en grupos, por eso tenemos una vida social muy intensa en los horarios donde las personas no asisten a los talleres que brindamos acá".
Cuando no están paseando, las personas internadas asisten a distintos talleres de Literatura, Expresión Artística, Cocina, Espiritualidad, entre otros, que son dictados por profesionales dentro de la institución.
De esta forma, la obra de Don Orione fue cambiando en su visión sobre la discapacidad y su atención a lo largo del tiempo. Muchos años atrás "se los escondía" y para algunos "era motivo de vergüenza".
El párroco orionita, Edgardo Crotti, dirige el Cottolengo de San Francisco
"La mirada sobre la discapacidad cambió. La primera fue de esconder, después se lo concibió como un espacio más hospitalario, de cuidados y alimentación. Hoy se asume que son personas con una discapacidad las que están acá - enfatizó el párroco - pero que más allá de estas paredes, hay un contexto que incapacita. Y eso no se soluciona con una rampa de acceso, sino formando una sociedad donde se le brinden herramientas para que haya más integración e inclusión".
El Cottolengo, entonces no es un lugar donde se "deja" a las personas, sino uno donde se las ayuda, contiene, integra y dota de herramientas más allá de la discapacidad que tengan, y donde sobretodo "las familias buscan una respuesta que los excede o una ayuda que no pueden darle".
El resto del complejo
El Cottolengo de nuestra ciudad no solo se compone del ala donde están las personas que viven de forma permanente allí y asisten a actividades del Centro de Día. También funciona en el mismo predio el instituto de educación especial para escolarizar a niños y adolescentes y comprende el nivel primario y secundario.
Asimismo, una tercera área de trabajo de la institución eclesiástica está dada por el apoyo de quienes asisten a la parroquia San Carlos Borromeo, que habitualmente es conocida como "la del Cottolengo".
La misma surgió también hace casi 60 años por pedido de Carlos Boero, amigo del padre Luis Orione y que tenía como santo protector al patrono de esta casa parroquial.
Boero fue el gestor de la institución de Av. Urquiza ya que quedó cautivado por la obra de su amigo Don Orione con quien se encontró al menos dos veces en la previa de su inauguración en 1959.
Por donde se lo mire, en este lugar solo hay buena energía y entrega "a los más pobres" y que "requieren un mayor grado de atención y compromiso", un espacio donde la puerta nunca está cerrada y una palabra de aliento tampoco se le niega a nadie.
Los terrenos donde se construyó la sede local del Cottolengo fueron donados por Carlos Boero, por eso el ala de varones lleva su nombre y la de mujeres el de su esposa Margarita.
Historia
El Pequeño Cottolengo de nuestra ciudad fue inaugurado el 14 de marzo de 1959, el año entrante cumplirá 60 años de actividad. En un inicio el trabajo estaba a cargo de los sacerdotes de la Pequeña obra de la Divina Providencia y las hermanas Misioneras de la Caridad - que se ocupaban de la cocina y el lavadero - aunque desde hace varios años se retiraron de la ciudad.
Con motivo de la celebración de estos 60 años de labor en San Francisco, el 14 de marzo de 2019 celebrarán una misa donde participará el superior general de la obra de Don Orione y superior provincial de la congregación. En tanto que el 16 de ese mismo mes se realizará la cena aniversario.
"Andá a llorar al Cotto"
La popular frase tiene origen en San Francisco, el padre Edgardo bien sabe de ello ya que la ciudad no fue el primer destino donde realizó su misión como orionita. El párroco subrayó que tiene un profundo sentido y relación con el trabajo que llevan adelante en las instituciones de este tipo.
Por esto enfatizó: "Habla de la imagen de caridad y beneficencia que el Cottolengo brindó desde siempre, como lugar donde ante una necesidad si se pide ayuda siempre se la da".
Se trata de una "expresión de maternidad de la Iglesia con los más pobres" y "donde nunca se pregunta, sino que las puertas están abiertas para apoyar al otro".