El año en que se perdió todo lo que era sólido
El virus terminó de constatar que la solidez no es un atributo de la condición humana. Luego de todo lo vivido en este último año nos aferramos a lo más simple para recomenzar, circunstancias que parecen pequeñas pero que se muestran en su real valor cuando escasean.
"Todo lo que era sólido" es el título de un libro escrito por el escritor español y miembro de la Real Academia Española, Antonio Muñoz Molina. En ese texto, el autor reflexiona sobre los cambios trascendentes que han sobrevenido en las últimas décadas en la realidad de la Madre Patria y valora lo que la sociedad ha conquistado, así como recuerda la fragilidad de lo valioso, de lo que no puede perderse.
Se ha cumplido un año desde que el coronavirus ingresó en la Argentina. El 4 de marzo de 2020 se declaró el primer caso, cuando prácticamente nadie en el país tenía noción de lo que sobrevendría. Ni siquiera las autoridades sanitarias daban crédito a las alarmantes noticias que comenzaban a llegar desde otras partes del mundo. A los pocos días, comenzó el aislamiento obligatorio. Todo lo que era sólido se desvaneció y como sociedad empezamos a vivir un proceso incierto y doloroso, del que aún no nos hemos recuperado.
Las medidas restrictivas que se han tomado en todo el planeta bien pueden ser objeto de otro paralelismo. Algunos autores lo han calificado como un Leviatán sanitario, recordando la obra maestra del filósofo, político y pensador inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes. La metáfora de Hobbes hace alusión a la necesidad que tiene el hombre de someterse a una fuente de poder para protegerse y, haciendo referencia al monstruo bíblico, explica y hasta justifica la existencia de un Estado que encorsete a sus ciudadanos.
El Leviatán sanitario de la pandemia se vivió en la gran mayoría de los países. Fue una necesidad del momento que derivó, sin dudas, en realidades que otrora eran sólidas y comenzaron a esfumarse: se cancelaron actividades productivas y culturales, las clases presenciales se suspendieron, los problemas económicos se multiplicaron, el dolor por la pérdida de vidas es enorme, las mutaciones más contagiosas están a la orden del día y las vacunas llegan a cuentagotas, entre otras realidades no menos acuciantes. Así las cosas, hemos tomado nota de que la fragilidad de la existencia es evidente. Y que el túnel es más largo de lo que se pensó en un principio. Hay esperanza pero la claridad que despeje las incertezas aún no llega.
Volviendo a los pensadores, uno de este tiempo, Zigmunt Baumann, sentenció hace algunos años que muchos aspectos de la realidad se volvieron líquidos. Aquellos valores que regían la convivencia y que parecían tan sólidos se fueron deshilachando. El virus terminó de constatar que la solidez no es un atributo de la condición humana. Luego de todo lo vivido en este último año nos aferramos a lo más simple para recomenzar, circunstancias que parecen pequeñas pero que se muestran en su real valor cuando escasean. La esperanza es que todo lo que se cargó en la mochila este último año sirva para el momento en el que se pueda volver a dar un abrazo.