El agravio no es instrumento de la libertad
Superar las divisiones sociales ha sido un desafío del hombre en todos los tiempos. Ha elaborado estrategias, imaginado ideologías y apelado a las guerras para conseguirlo. Los resultados están a la vista. No sólo en la Argentina, sino en buena parte del mundo la descomposición del tejido social se hace evidente en las muestras de violencia, autoritarismo e intolerancia que hoy se extienden como reguero de pólvora por las redes sociales.
Los últimos días en el país han sido pródigos en acontecimientos que revelarían un proceso creciente de descomposición social. Sea por una negociación salarial de gremios docentes con los distintos gobiernos, por un trágico recital de rock, por una manifestación de mujeres que termina de manera violenta o por una medida que apunta a la seguridad y supuestamente afecta a quienes conducen motocicletas, por ejemplo, la discusión de estos temas sociales está plagada de insultos, diatribas, agresiones y sentencias descalificadoras.
Algún observador dirá: "la grieta en toda su dimensión". Y es posible que así sea. Superar las divisiones sociales ha sido un desafío del hombre en todos los tiempos. Ha elaborado estrategias, imaginado ideologías y apelado a las guerras para conseguirlo. Los resultados están a la vista. No sólo en la Argentina, sino en buena parte del mundo la descomposición del tejido social se hace evidente en las muestras de violencia, autoritarismo e intolerancia que hoy se extienden como reguero de pólvora por las redes sociales.
En el intento de graficar que este fenómeno común a muchas sociedades, vale el reciente caso de una situación inaudita que reapareció en Francia. El Museo de Artes Decorativas de París expuso recientemente un simple vestido de mujer estampado con flores azules utilizado años atrás por la ex ministra de Vivienda, Cecile Duflot en una sesión de la Asamblea Nacional. El vestido -sí, un vestido que nada tenía de especial, ni siquiera era provocativo- fue motivo de una polémica de proporciones entre la dirigencia política gala que no escatimó debates agresivos. Hoy, esa prenda, expuesta en un museo, se convirtió en un símbolo de la degradación del debate público.
Más grave es que el hecho de la intolerancia de la dirigencia política se ha trasvasado a prácticamente todos los ámbitos sociales, producto de la masificación que despersonaliza, agigantada al extremo por las redes sociales. El periodista español David Trueba recordó que "en un libro recién publicado en España, el historiador alemán Joachim Fest narra sus vivencias de adolescente durante el ascenso y el esplendor del nazismo en Alemania. Se titula "Yo no" porque ante la euforia colectiva y el silencio de los alarmados, su padre le recuerda una frase del Evangelio. Etiam si omnes, ego non, traducido "aunque los demás lo consientan, yo no", que viene a ser la resistencia individual incluso frente a las unanimidades".
En la sociedad de la inmediatez, la racionalidad se desvaneces ante las reacciones emocionales, superficiales, ante la reacción sin racionalizar por placer o por dolor. Entonces, los argumentos para fundar una opinión son innecesarios. Así, el agravio es moneda corriente. En palabras lúcidas del citado David Trueba: "La sociedad se está empobreciendo por la vileza de un comportamiento colectivo que recurre al insulto, la agresividad, el acoso y el linchamiento como si fueran armas al servicio de la libertad y no lo contrario exactamente. De esa incapacidad para la convivencia resurge la oportunista medicina del fascismo".