Dos mundos contrapuestos en pugna
China es una enorme potencia. Pero nada democrática. Las libertades individuales y colectivas permanecen custodiadas por un régimen -del Partido Comunista- que las cercena y anula. Esta situación ha sido puesta de manifiesto con las protestas de la población de Hong Kong. Como ocurre en algunas otras regiones, se observan dos mundos contrapuestos en pugna, como en los mejores tiempos de la Guerra Fría.
China es una enorme potencia. Pero nada democrática. El Partido Comunista de ese país supo reconvertir a un altísimo costo social sus estructuras económicas y lanzarse a conquistar los mercados del mundo. Sin embargo, las libertades individuales y colectivas permanecen custodiadas por un régimen que las cercena y anula.
En las últimas semanas, esta situación ha sido puesta de manifiesto con las protestas de la población de Hong Kong, un enclave cuyo estatus político está hoy en discusión, con una historia que se une y separa dramáticamente del gigante asiático. Ubicada al sur del Asia Oriental, la ciudad es uno de los dos regiones administrativas especiales de China (la otra es Macao). Esta calificación devino del acuerdo firmado con Gran Bretaña por el cual, desde 1997, dejó de ser colonia y se estableció un proceso que prevé su total anexión para el año 2047.
En este punto, tal como fue calificado en reiteradas oportunidades, Hong Kong es una anomalía histórica. Porque tiene la imagen de una pujante ciudad occidental, con calles pobladas de ojos rasgados, es libre y moderna. Sin embargo, está bajo el control de la dictadura de Pekín que cada vez más ha venido ejerciendo presión para ejercer su autoridad.
En la actualidad, Hong Kong está viviendo semanas agitadas. Las protestas de la población por las últimas medidas restrictivas de las libertades públicas tomadas por el régimen comunista. No son las primeras. Continúan con el mismo espíritu de las concretadas en 2014, denominadas marchas de los paraguas, en las que durante más de dos meses el centro de la ciudad fue bloqueado para reclamar que se mantenga un principio básico de cualquier democracia: el sufragio universal. Sin embargo, con más tino del que tuvo en Tiananmen, pero con similar firmeza, el gobierno chino continuó con su política de anexión y destrucción de las instituciones democráticas.
Así, más de dos millones de personas salieron a las calles (Hong Kong tiene siete millones de habitantes) para reclamar por sus derechos. Se llamó a una huelga general y se produjeron serios incidentes porque se aprobó una ley de extradición que permitiría que los ciudadanos hongkoneses fueran juzgados en otras ciudades chinas, donde la Justicia está subordinada al Partido Único como ocurre en las peores dictaduras.
"Para los manifestantes se trata de una batalla por la libertad; para el Gobierno chino es una batalla por el control", sentenció Willy Lam, catedrático de Historia y Economía en la Universidad China de Hong Kong, en una entrevista con el diario madrileño El País. En definitiva, como ocurre en algunas otras regiones, se observan dos mundos contrapuestos en pugna, como en los mejores tiempos de la Guerra Fría.