Desterrar la tendencia a la “orwellianidad”
Basta el sentido común para observar que esta especie de "guerra" contra el virus parece extenderse a otros asuntos y que la libertad de la persona, restringida por la necesidad de cuidar la salud, también es factible de atenuarse o incluso cercenarse en los demás ámbitos de la vida. El Gran Hermano, omnipresente gobernante en 1984, tenía varios lemas. Entre ellos se afirmaba que "la guerra es la paz" y "la libertad es la esclavitud".
La pandemia está redescubriendo la trascendencia que ha tenido la filosofía, la literatura y otras disciplinas sociales para imaginar la vida del hombre en el planeta. Así, las reflexiones y los textos escritos más reconocidos son fuente de novedosas consultas que permiten reflexionar hacia dónde se dirige la humanidad en este tiempo de incertidumbre.
Muchos analistas señalan semejanzas notables entre lo que estamos viviendo y el mundo imaginario que asomó en una novela ya clásica: 1844. Allí, George Orwell planteó una historia de amor en medio de una sociedad donde se manipula la información, se ejerce una vigilancia permanente y la represión social y política forma parte de la cotidianeidad. En el análisis de lo que sucede hoy en buena parte de las naciones surge un interrogante: ¿son exageradas las advertencias que señalan que las tendencias "orwellianas" ganan terreno?
En aquella imaginaria realidad, si el pasado no se ajustaba a los deseos e intereses del momento de los poderosos del presente, se eliminaba. Y también la segregación era moneda corriente. En las últimas semanas hemos visto grandes y lógicas manifestaciones contra el racismo y todas sus lamentables implicancias. Pero también su radicalización, simbolizada en el derribo de estatuas de cualquier personaje histórico que pueda tener o haber vivido en tiempos donde el racismo era una práctica habitual.
Es verdad que siempre hubo posiciones más duras que pretenden desterrar todo lo construido anteriormente y se deciden a reescribir la historia bajo nuevos puntos de vista, enfatizando en discursos extremos que promueven la división y hasta el odio contra el que piensa distinto. Pero también es cierto que en este tiempo tan particular de la pandemia esas posiciones han recobrado vigor.
Al mismo tiempo, los titulares de los medios de comunicación en todo el mundo repiten palabras que reflejan situaciones tales como violación de las cuarentenas y aplicación de sanciones, vigilancia epidemiológica y de las otras, rechazos virulentos contra quienes se atreven a plantear alternativas al encierro, publicaciones de funcionarios y políticos que replican amenazas o generan más miedo en la gente, agresiones, violencia, abusos de poder y un sinnúmero de realidades bastante cercanas a las que Orwell y otros autores plantearon en sus distópicas novelas.
Basta el sentido común para observar que esta especie de "guerra" contra el virus parece extenderse a otros asuntos y que la libertad de la persona, restringida por la necesidad de cuidar la salud, también es factible de atenuarse o incluso cercenarse en los demás ámbitos de la vida. El Gran Hermano, omnipresente gobernante en 1984, tenía varios lemas. Entre ellos se afirmaba que "la guerra es la paz" y "la libertad es la esclavitud".