Debate presidencial
Los estudios de opinión pública establecen que los debates no influyen decisivamente en la mayoría de los electores. En tanto, es una muestra de que se puede dialogar y confrontar ideas en un marco de racionalidad. No es poco para la atribulada política argentina.
Los candidatos a presidente de la Nación que están habilitados para participar de las elecciones del próximo 27 de octubre protagonizarán el domingo 13 el primer debate televisivo en la ciudad de Santa Fe. En la cuna de la Constitución Nacional, los dirigentes que aspiran al máximo cargo de la República expondrán algunas de sus ideas y procurarán arrastrar adhesiones que les permitan la mejor performance posible en los comicios.
Hace casi 60 años, en los Estados Unidos, se produjo el primer debate por televisión de la historia. El recordado cruce entre John Kennedy y Richard Nixon dio pie a una tendencia que luego se fue afirmando en las democracias occidentales, pero que en la Argentina recién llegó en 2015 y por imperio de una ley del Congreso, en virtud de que debatir ideas en este país no es una costumbre muy arraigada. Menos en tiempos de grieta e intolerancia hacia las opiniones del otro.
En medio de una nueva crisis que afecta a vastos sectores de la sociedad y sume en la pobreza a millones de argentinos que otra vez deben comenzar a remontar la cuesta, el debate no es, por cierto, una prioridad de la ciudadanía. Porque las urgencias del momento son más importantes que cualquier promesa. Entonces, podría parecer que el encuentro de los candidatos frente a la pantalla de televisión fuese más una puesta en escena que una verdadera instancia de consolidación de las instituciones y de construcción de ciudadanía.
La indiferencia mayoritaria con la que podría ser visto el debate de los candidatos no habla mal de los ciudadanos, sino de los dirigentes. La historia política reciente muestra con claridad la existencia de políticos "random" (aleatorios y azarosos), tal como calificó un periodista español a los de su país. Esto es, una generación de personajes para los que la coherencia no es un valor, acomodaticios, poco resistentes a los archivos y, salvo excepciones que las hay, enfrascados en disputas sectoriales y discursos masivos algunos agobiantes y exasperantes.
Los estudios de opinión pública establecen que los debates no influyen decisivamente en la mayoría de los electores. Su relativa influencia se deriva del hecho de que los electores, ya decididos en favor de un candidato, tienden a bloquear la información incompatible con sus preferencias mediante el proceso de percepción selectiva. No obstante, en medio del agitado proceso electoral que sobrevino luego de las Paso es un hecho auspicioso que los candidatos se encuentren, discutan y rindan cuentas de sus expresiones y acciones. Porque es una muestra de que se puede dialogar y confrontar ideas en un marco de racionalidad. No es poco para la atribulada política argentina.