De San Francisco al chaco salteño para prevenir el embarazo adolescente
La médica Rossana Nauzneris dejó su consultorio en nuestra ciudad para dedicarse al voluntariado y viajar al norte a atender a mujeres, adolescentes y niñas de comunidades aborígenes. Conocer de cerca esa realidad cambió su concepción de la vida y la medicina.
La sanfracisqueña Rossana Nauzneris es médica, y de vocación. En mayo próximo viajará varios kilómetros para instalarse y trabajar en los puestos sanitarios de La Merced y Pozo El Bravo, en el corazón del chaco salteño, a 200 kilómetros de Tartagal, una zona golpeada por la pobreza.
Su objetivo es ver a pacientes, mujeres aborígenes de todas las edades en busca de atención médica en un lugar donde el acceso a la salud no abunda.
Esta noble tarea, Rossana la lleva a cabo con otros voluntarios de la Fundación Cultura Nativa, creada por el folclorista Jorge Rojas.
Con un trabajo de muchos años y "de hormiga", niñas y mujeres de las comunidades chorotes, chulupíes y wichies acuden a estos servidores de la salud para asistencia ginecológica y planificar su maternidad porque antes, quieren terminar la escuela.
De a poco, el trabajo fue dando sus frutos: se redujeron los índices de embarazo adolescente. En esas comunidades, sin dudas, algo cambió. Y también en la vida de Rossana, que abandonó el consultorio en una clínica para atender la salud de quienes más la necesitan y contribuir a la educación sexual.
Índices alentadores
"Aunque culturalmente hay cosas muy diferentes a las nuestras, como por ejemplo, que niñas entre 12 y 14 años ya estén dadas en matrimonio, ahora nos encontramos con adolescentes que piden los métodos de anticoncepción y que quieren terminar de estudiar para progresar en la vida. La reducción de los índices de embarazo infantil en los últimos años en esta región del norte argentino es notable", señaló Nauzneris a LA VOZ DE SAN JUSTO.
En tanto, la doctora relató que aún prevalece en estas zonas "la concepción de que la mujer es solo para procrear", pero poco a poco la mentalidad fue cambiando gracias al trabajo que llevan adelante los voluntarios.
"Las mujeres antes eran tímidas y parcas, ahora se están soltando un poquito más y caminan kilómetros en el monte de noche para ser atendidas. De a poquito van encontrando su independencia", sostuvo Rossana.
Otra cultura, otra maternidad
"Poco a poco fuimos introduciendo la atención ginecológica, obstétrica y así lograr el control de maternidad infantil. La primera vez que colocamos un DIU (dispositivo intrauterino) fue en 2014 y para hacerlo, tuvimos que pedir permiso al cacique de cada tribu porque uno no podía llegar allí e introducir algo sin hablar primero con el líder de la comunidad", recordó la entrevistada.
Para los médicos que viajan al chaco salteño la tarea también implica un aprendizaje constante para ellos, porque se trata de comunidades con vidas y hábitos muy diferentes.
A veces los testimonios hasta sacuden a quien no conoce esto, como sucede con algo tan sensible como la maternidad: "Las mujeres de allá no tienen apego a nada, ni a lo material y ni a lo emocional y sucede con los hijos también. Solemos preguntarles cuántos hijos tienen y a veces te dicen 'siete, diez, no sé'. Ellas van a parir al monte, si el bebé nace muerto, ya está, murió y siguen con su vida", dijo Rossana.
"Poco a poco fuimos introduciendo la atención ginecológica, obstétrica y así lograr el control de maternidad infantil. La primera vez que colocamos un DIU fue en 2014 y para hacerlo, tuvimos que pedir permiso al cacique".
Una vida diferente
Debates que atraviesan las sociedades y se instalan en la opinión pública paecen no llegar a estos lugares más alejados cultural que geográficamente. Temas como el aborto: "A las mujeres de estas comunidades ni se les cruza por la cabeza pensar en eso, no tienen la actitud de producir una muerte y si el hijo fallece, es por algo natural, no porque se provoque", contó Rossana.
Asimismo, otro detalle llamativo es que a diferencia de lo que sucede en las grandes ciudades, "en las poblaciones aborígenes prácticamente no existen las enfermedades de trasmisión sexual porque hay una sensación de pertenencia y fidelidad de la mujer hacia el hombre que es inquebrantable".
La forma de vida también es distinta. Nauzneris explicó que allí las comunidades viven de la riqueza que les ofrece el río Pilcomayo. La pesca es una tarea que corresponde exclusivamente a los hombres, y deja a las mujeres con el resto del trabajo.
"Ellas no saben lo que es una pintura de uñas o tacos altos. Hombrean leña, llevando a chiquitos de todas las edades. Son luchadoras, guerreras; tienen la cara marcada de situaciones que las golpearon en sus vidas, de haber perdido hijos, del sol que les curte la piel. Producen mucha admiración por la fortaleza que tienen para vivir", agregó la médica.
Poco vale mucho
En mayo de 2014, Rossana se acercó por primera vez al lugar motivada por la convicción de querer colaborar. Así, se comunicó con el doctor Atilio Olivetta quien trabaja desde hace 2010 en la Fundación y emprendió la nueva experiencia en su vida. Desde entonces, no dejó de ir.
"El primer año que viajé, perdí mi valija completa y nunca la recuperé. Con la poca plata que tenía compré dos mudas de ropa y me manejé con eso durante los siete días que duró mi estadía", recordó.
Ese no fue el único inconveniente que le dejó la primera experiencia. Las sensaciones incluso se mezclaban pero se perciben diferente a la distancia: "En ese momento, sentí la pérdida de mis remeras y zapatillas de marca, pero busqué un par talle 38 y aunque soy 37, me las puse igual. Aprendí que podés no tener nada material pero lo poco que tenés, lo valorás como ellas hacen".
Al volver, Rossana se tomó un tiempo para reflexionar y valorar. Estar y atender dentro de un consultorio no era lo que ella realmente buscaba en la profesión de la medicina y por eso abandonó su lugar en un sanatorio local y la Asistencia Pública. "El sistema no me aporta nada y yo menos a él. Prefiero viajar, atender de manera domiciliaria a adultos y seguir colaborando", concluyó.