Crímenes sin resolver en los ochenta: el caso Roberto Morúa
Homicidios brutales y sin culpables en un nuevo capítulo del ciclo "San Francisco, cuna de la mafia". Sucedieron con pocos años de diferencia y sumieron a la ciudadanía en el miedo y la paranoia. El dueño de una joyería y un vendedor de motocicletas fueron asesinados en circunstancias pocas veces vistas antes en San Francisco.
Por Manuel Montali | LVSJ
Había un mito para los chicos que crecimos en la década del noventa en barrio José Hernández, al límite con Roca. Era sobre una obra que había quedado inconclusa. Acostumbrados a deambular y jugar en todo edificio a construir o abandonado, esa casa nos despertaba curiosidad porque era inaccesible. Estaba encima de una concesionaria, en la esquina de Bv. Buenos Aires y Av. Rosario de Santa Fe. Y se decía que al dueño lo habían matado y que desde entonces nadie la había podido (o querido) terminar. Pero eso era algo que se decía en voz baja, sin aportar muchos detalles. Quizá porque ese rumor era verdad.
Se trataba de la vivienda de Roberto Morúa, quien había sido hallado asesinado el 22 de octubre de 1987.
¿Podía ser un simple hecho de robo un crimen cometido con tanta saña? ¿robo o ajuste de cuentas mafioso?
Morúa, que se dedicaba a la venta de motos en la concesionaria situada debajo de lo que proyectaba como hogar, tenía 44 años cuando fue hallado muerto. Por un llamado anónimo, alrededor de las 18.30, la policía lo encontró en medio de un impactante charco de sangre, dentro de una camioneta pick-up Ford, a 500 metros de la ruta provincial 1, en un camino rural cercano a la Peña Boquense. Tenía al menos 5 disparos de un arma de fuego calibre 32 en la cabeza, que había quedado destruida. El arma empleada no apareció en el lugar, pero sí dos cajas de cartuchos completas, sin usar, en el vehículo.
Se generaron mil y una teorías sobre el móvil del crimen. Por supuesto, la versión más sencilla (como siempre en casos de estas características) era vincular a Morúa con la venta de drogas. La gente comentaba rápido sobre sus costumbres, sobre su vestimenta, su vehículo... Es cierto, el crimen tenía todos los elementos de un ajuste de cuentas mafioso. Pero no había ningún tipo de prueba concreta para catalogarlo como tal.
La policía inició las investigaciones de rigor, se hicieron rastreos y levantaron huellas. En la reconstrucción de los hechos anteriores al crimen, algunos testigos aseguraron haber visto a la víctima, en la mañana, realizando trámites bancarios, llevando cheques y dinero en efectivo, dinero que no apareció junto al cadáver.
La hora de la muerte sería cercana al mediodía. Los investigadores barajaron distintas hipótesis sobre si el asesinato se había cometido en ese lugar o si Morúa había sido trasladado.
La autopsia pronto confirmaría además que el comerciante había sido torturado antes de ser asesinado, ya que presentaba signos de quemaduras en el pecho y extremidades, y que en ello habían participado al menos dos personas.
El móvil continuaba siendo una incógnita. ¿Podía ser un simple hecho de robo un crimen cometido con tanta saña? Morúa, como vendedor de motocicletas, había entablado vínculos y negocios en toda la provincia. Se analizó entonces a fondo la papelería y documentación comercial que había dejado en su escritorio, buscando nombres, sospechosos, deudas o cuentas por cobrar.
El caso sumió a la policía en un frenesí que se mantuvo por unas dos semanas. Pero, ante la ausencia de pistas o líneas investigativas que pudieran arrojar respuestas, fue poco a poco perdiendo lugar en la agenda judicial, mediática y ciudadana. Los años pasaron, su casa se terminó y dejó de ser un faro de misterio para los niños del barrio.
Cada tanto, algún hecho extraño, algún crimen sin resolver, vuelven a traer a la memoria lo sucedido en el acceso norte de la ciudad en octubre de 1987. Y resuenan algunas de las especulaciones que se generaron con su muerte. No obstante, la única verdad probada, 33 años más tarde, es que a Morua lo torturaron y asesinaron, y que su familia nunca pudo encontrar justicia.