Cien días de soledad
No son cien años. Pero se llegó a los cien días. Aprender de lo experimentado en estos cien días de soledad exige no olvidar. Por más que el planeta entero se haya convertido en Macondo.
Se cumplen cien días de cuarentena en el país. Ya la palabra "cuarentena" ha sido sobrepasada largamente para describir vivencias, situaciones, emociones y sentimientos que todos los argentinos hemos experimentado en este largo, inédito, para muchos dramático período de la historia que atravesamos.
Se llega al simbólico número cien con un anuncio de retorno al principio en la región de Buenos Aires y el Conurbano. Y con novedades de restricciones severas a la circulación por los caminos del país y al ingreso a determinadas provincias. También con un incremento de casos que parece determinar que ha llegado el pico de contagios de coronavirus y con la alarma que significa que el sistema de salud pueda colapsar, a pesar de que habría sido preparado largamente en estos cien días, según se dice, para afrontar la hora más acuciante de la pandemia.
Se pueden observar hoy muchos efectos sociales, económicos y políticos de la cuarentena centenaria. Varios otros aparecerán en los próximos cien días. Entre tantas cosas, existen el miedo, la soledad, la desinformación, la incertidumbre, la discriminación que genera el terror a contagiarse, las discusiones sobre las capacidades de los gobernantes para hacer frente a la emergencia y el derrumbe de la actividad productiva. La pobreza que se agiganta y el dolor por los que han perdido la vida completan el panorama tras cien días de una aventura que empezó con esperanza de que el esfuerzo del aislamiento fuese por poco tiempo y bastara para desterrar la amenaza. Pero que se mantiene con la sensación de que el cansancio y el hartazgo están ganando la partida, aun entre la enorme mayoría de quienes tienen la convicción de que es necesario continuar cuidándose y cuidando a los demás.
Pestes y pandemias hubo muchas a lo largo de la vida del hombre en el planeta. Y también varias surgieron de la imaginación de los más excelsos novelistas. Uno de los más grandes escritores de todos los tiempos se autoconfinó durante más de un año para escribir un texto inmortal. En ese escrito, relató lo que le sucedió a una comunidad con la enfermedad del insomnio, que comenzó cuando una niña contagiada llegó a la casa de unos parientes. Infectó inmediatamente a toda la familia y el mal se expandió luego por toda la población, que debió aislarse. Por fortuna en la peste del insomnio no murió nadie. Pero la preocupación no era la imposibilidad de dormir, sino que quien la contraía se olvidaba de todo lo aprendido.
En Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez escribió una maravillosa crónica que tiene sorprendentes puntos en común con lo que hoy la humanidad está viviendo. No son cien años. Pero se llegó a los cien días. Sufrir la pérdida de un ser querido, padecer la falta de trabajo, no poder abrazar a los afectos, ver alterada la normalidad y que te anuncien que ya no volverá todo a ser como antes, produce insomnio. Aprender de lo experimentado en estos cien días de soledad exige no olvidar. Por más que el planeta entero se haya convertido en Macondo.