Cecilia Griffa tomó el timón y se fue a descubrir y cambiar el mundo
"No lo considero un viaje. El barco es mi casa", asegura. Junto a su novio, Diego Castrillo, la sanfrancisqueña se fue a vivir a un barco y desde ahí se acercan a escuelas y comunidades rurales para compartir experiencias de teatro, títeres, música y arte. "Navegar 100 Mundos", es el nombre del proyecto.
A sus 36 años, María Cecilia Griffa explora el mundo en barco. Esa forma de moverse para recorrer distintos lugares, lo hace junto a su compañero Diego. Ambos llevan adelante un proyecto artístico pedagógico que se llama "Navegar 100 Mundos". También, son responsables de una pequeña compañía de teatro, que ofrecen obras a los niños de todo el continente.
-La vida te llevó por distintas facetas, pero hay una sola Ceci...
Soy una persona "sentidora", o sea, siento mucho. También soy actriz, cantautora, tía preferida y me encanta escribir.
- Pero también sos marinera...
Hace dos años y dos meses que vivo en un barco con mi compañero Diego. Ahora estamos en Río Dulce, Guatemala. Se supone que este lugar es el más protegido de todo el Caribe para la temporada de huracanes, pero acá estamos, inundadísimos después de los efectos de dos huracanes seguidos. De todos modos, estamos bien, el agua sube pero nuestra casa sube con el agua porque flota.
Cecilia junto a su compañero Diego navegan los mares de Latinoamérica.
- ¿Cómo surge la idea de vivir en un barco?
La idea de vivir en un barco surgió como un sueño, al principio era solo eso. Diego navegaba desde hacía tiempo, yo me entusiasmé e hice el curso de timonel que ofrecía la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Al año siguiente, hicimos el siguiente nivel y así nos entusiasmamos con la idea que, quizás, no era del todo una locura vivir en un velero.
El sueño fue tomando forma de deseo hasta que se convirtió en un plan. No fue de un día para el otro y tampoco fue fácil tomar la decisión ni concretarla. Hay gente que puede irse de un día para el otro, no fue nuestro caso. Vivíamos muy en la tierra, en una casa llena de objetos, teníamos a cargo muchos perros, nuestros trabajos, etc. Sin hablar de los afectos, que son el desapego más difícil. Tuvimos muchísima ayuda y acompañamiento, en lo material y en lo emocional.Hubiera sido imposible irnos sin nuestro entorno. Nuestras familias, amigas y amigos son parte de esto. Toda la gente que nos quiere soñaba con nosotros.
- ¿Cuál es la riqueza de encontrarse con cada pueblo?
Cada experiencia es singular, el grupo hace al encuentro. Nuestro desafío es estar presentes y ser flexibles a lo posible, a lo real, a ver cuáles son las demandas del grupo más que nuestra planificación y objetivos. No todas las propuestas funcionan igual con todas las personas, porque todas las personas somos diferentes, de eso se trata la diversidad, esa es su riqueza.
En México, por ejemplo, en un pueblito rural en las montañas de Chiapas, nos tocó hacer un taller con niñas y niños que no hablaban en castellano, solo hablaban en tzeltal, su lengua nativa. Pero nos enteramos de eso cuando estábamos llegando a la escuela. Teníamos el taller preparado en castellano, y tuvimos que improvisar algo absolutamente diferente, otro lenguaje, otros códigos. Fue hermoso, mucho más simple de lo que creíamos, fue real, honesto... al fin y al cabo, a veces se trata simplemente de estar presentes.
Cada experiencia es singular, el grupo hace al encuentro.
- ¿Cómo te insertas en las comunidades?
Llegar a las comunidades es todo un tema porque no cualquiera puede entrar al sistema de educación formal y dar un taller así como así. Si bien nuestro proyecto es parte de un equipo de investigación de la UNC, a veces no es suficiente para saltearse la eterna burocracia, porque quienes deciden muchas veces son los de arriba, no las maestras y maestros que son los están todos los días en el aula.
Tratamos de empezar por ahí, por las personas que conocen a las niñas y niños y saben lo que necesitan, porque son quienes los acompañan todos los días. Las maestras y maestros siempre nos abrieron las puertas muy generosamente. Aprendimos mucho de ellas y ellos, creo que ser docente es uno de los trabajos menos reconocidos y menos legitimados, y sin embargo, uno de los que más entrega y dedicación requiere. La docencia es un compromiso inmenso, no se puede ser docente sin tener esperanza. Todo mi respeto a las y los docentes del mundo.
- ¿Qué rol cumplen la escritura, el teatro y lo que haces en los niños de los pueblos donde estás?
Los teatros en miniatura (las cajitas) son un espectáculo que se llamaHistorias de Mar. Son dos cajas de teatro lambe lambe, es un tipo de teatro para un solo espectador o espectadora a la vez. Una historia de cinco minutos que los espectadores miran, descubren y escuchan a través de un huequito en la caja, casi como espiando. Es muy mágico. A las historias las escribimos con Diego y él construyó las cajas. Cuando fuimos a Estados Unidos a buscar el barco, casi nos deportan por ir cargados de estos "peligrosos artefactos mágicos" en las valijas. Nos costó un rato explicarles lo que era, al final nos dejaron pasar.
Respondiendo tu pregunta, no sé qué rol cumplen... No lo pensamos así. Sentimos que el teatro abre mundos, porque tanto Diego como yo lo vivimos desde niños. Creo que a los dos el teatro nos cambió la vida, y hay una pulsión por compartir, por contagiar esa experiencia, esa emoción, esa magia de los sentidos.
- ¿Cuál es tu objetivo con este viaje?
No sé, qué pregunta difícil. No lo considero un viaje. El barco es mi casa. Este es ahora mi estilo de vida, no significa que siempre lo sea...pero no me siento 'de viaje', me siento viviendo en un barco. Vamos lento, nos lo tomamos con calma, nos gusta estar en los lugares, conocer a la gente, no pasar de largo. También hay un detalle no mejor y es que tenemos que sobrevivir, necesitamos ir generando ingresos. En este tiempo hemos trabajado de anfitriones de Airbnb, horneamos budines y empanadas para vender. Diego hizo fotos y videos, trabajamos en una película aquí en Guatemala, hacemos nuestros teatros en miniatura, un par de veces he cantado en bares, ahora estoy haciendo un taller de escritura creativa.
Vamos improvisando con nuestras herramientas, de acuerdo al lugar y a sus posibilidades.
- ¿Cuál es el mayor desafío con el que te encontrás en cada destino?
El mayor desafío es estar lejos de mi círculo de amor. Mis sobrinos, mis hermanas, mi papá, mis amigas. Eso es lo más difícil, siempre. Este año fue especial y particularmente difícil, creo que fue así para todo el mundo. También nos ha enseñado mucho, en muchos aspectos y planos. Creo que fue un caos y también una oportunidad.
Después, en lo cotidiano, ser marinera tiene sus desafíos. Aprendí muchas cosas que no sabía, sobre los barcos, sobre la naturaleza y sobre mí misma. Hice cosas que nunca pensé que sería capaz de hacer. Timonear el barco de noche, a pura vela, turnándonos para todo (dormir, comer, ir al baño) porque no tenemos piloto automático, nuestra navegación es todo el tiempo al timón, da miedo y al mismo tiempo es recuperar el fueguito aquél que te contaba del escenario. Misma adrenalina, misma pulsión de vida. Navegando de noche en el medio de la nada te sentís chiquita, miniatura.... Y al mismo tiempo parte de un universo tan vincular, tan en red... Vi muchas estrellas fugaces y siempre que tuve miedo pensé en mi mamá y eso me calma. Sé que tengo una estrella que me cuida.
- ¿Qué te enseñó cada lugar?
Que el movimiento genera movimiento. Que escuchar el deseo y decir lo que queremos abre puertas, encuentros, oportunidades, mundos. Que la distancia es una sensación térmica. Que el amor es atemporal.
Antes de salir a navegar, tratamos de tomar todas las precauciones que estén a nuestro alcance y respetamos el mar. Si no queres problemas, no salgas a navegar con mal tiempo. Si andas apurado, tomate un avión, no vayas en velero. La prisa no es buena amiga de la navegación a vela. Después, en el camino, hay cosas que no dependen de nosotros. Si queres controlar todo, no vivas en un barco.
Diego me genera mucha confianza como capitán. Tiene la dosis justa entre prudencia y atrevimiento. Estudia las opciones, no se lanza al vacío sin previsiones, pero al momento de navegar y tomar decisiones, es muy seguro. Confía en el barco, en la tripulación y en el mar. Él sabe más que yo de navegación, pero confía en mí. Cuando yo estoy al timón, él duerme. Eso es confiar en el otro.
Básicamente, vuelvo al principio. Si las personas que te aman confían en vos y son compañeras, es mucho más fácil animarnos a hacer realidad los deseos. Hay que rodearse de las personas correctas. Hay que irse de los lugares donde nos hunden y quedarse en los lugares donde nos potencian.
Cecilia Griffa y Diego Castrillo a un lado del barco en el que viven en Isla Mujeres, México.
- Sos una mujer que realiza sus sueños...
En lo personal siempre fui soñadora y desde chiquita, siempre defendí el derecho de soñar como algo muy importante, aunque en ese momento no sabía lo que era un derecho, siempre fui muy insistente y muy porfiada... Y siempre viví mis sueños como algo que se iba a hacer realidad, no por mérito propio o porque siempre consiga lo que quiera, no... Si bien siempre tuve mucho registro de lo que deseaba, yo sentía que iba a concretar mis sueños porque crecí en un entorno de mucho amor y contención. Mi familia me dio mucha libertad ysiempre confiaron en mí. Eso es todo.
Ahora de adulta me doy cuenta lo importante que es para las niñas y los niños que las personas adultas de su vida les demuestren confianza y respeto.
- ¿Por qué destacás eso?
Para mí eso fue clave, y lo sigue siendo. Si mi mamá y mi papá no me hubieran tomado en serio cuando a los diez años les dije que quería actuar, o si no me hubieran aplaudido cuando agarré el micrófono y me puse a cantar tango en la noche de Año Nuevo, si no me hubieran permitido irme de viaje a Bolivia a los 18, o si me hubieran obligado a estudiar otra carrera, probablemente hoy no sería la misma persona.
Siempre me escucharon, y confiaron en mí.... en mi casa siempre hubo lugar para mi deseo, creo que eso me define. Sé que soy una mujer privilegiada porque tuve siempre mucho amor y mucha libertad.
- Tuviste un proceso de aprendizaje muy intenso...
Mi mamá me llevó a las primeras clases de teatro cuando tenía diez años, era Teatriño, en el Teatro Mayo de la ciudad. Fuimos a ver la presentación del taller, las docentes presentaban la propuesta, habían preparado una forma muy creativa de presentarla, eran clases de teatro, canto y danza, coordinadas por cuatro mujeres maravillosas a quienes respeto y amo y estaré eternamente agradecida por lo que me hicieron sentir: Rossana Pampiglione, Gioia Falco, María Elena Converso y Virginia Kaufman.
Cuando las vi en el escenario actuando, bailando, cantando, sentí algo en el cuerpo, un fueguito, una chispa. Supe que quería sentir eso toda la vida. Y acá estoy, buscando esa sensación en cada cosa que hago...esa pulsión de vida, ese encantamiento. Creo que lo que sentí fue como una magia, me conmoví, me enamoré de eso que hacían. Quise actuar, cantar, bailar, ser como ellas. Y no tuve dudas...todavía me pasa cuando escucho a alguien hacer música o cualquier expresión artística que me conmueva, me atraen esas personas, me atraen porque están haciendo sus deseos.
Cuando terminé el secundario me fui a Córdoba a estudiar la Licenciatura en Teatro en la Facultad de Artes, en ese momento era Escuela de Artes. Ahí se abrió un mundo desconocido para mí que derrumbó muchos de mis prejuicios sobre lo que yo creía que era 'el arte'. Con el tiempo conocí a mis amigas, colegas, compañeras de la vida, con quiénes comparto -además del teatro- una forma de ver el mundo que nos hermana para siempre.
Con ellas somos el Equipo de investigación en Artes y Educación Popular, trabajamos en diversos proyectos territoriales desde la educación popular, la comunicación popular, el teatro social, las luchas ambientales, los feminismos, etc. Todos temas que nos atraviesan en nuestras vidas cotidianas.
- ¿De qué manera lo exploran?
Usamos la academia para la vida y no al revés, nos parece que la academia sin el pueblo está como incompleta. Ponemos los saberes de la academia en la calle, en los barrios, en el centro vecinal, en el grupo de mujeres del pueblo, para que los saberes sirvan de algo tienen que pasar por el cuerpo. Y los saberes de la comunidad nutren un montón a los saberes de la academia, es recíproco.
No tenemos objetos de estudio, sino que trabajamos con las personas involucradas en nuestros proyectos. No hacemos para el otro, hacemos con un montón de otras y otros. El territorio siempre define la singularidad del proceso, la mayor parte del equipo está en Córdoba, también hay una compañera en España, y yo acá en Guatemala. Es un proyecto hermoso, me siento agradecida de haber conocido a estas mujeres con las que aprendo tanto.
- ¿De eso se trata "Navegar 100 Mundos"?
Ahora desde Guatemala pero antes desde México y Argentina. Con Diego somos un equipo de dos sostenido por una red de muchas y muchos. En lo concreto, hacemos talleres de educación popular y teatro social en escuelas rurales. Esto es básicamente encontrarnos con las niñas y los niños, jugar, hacer cosas juntas, juntos, escucharnos, hacernos preguntas, construir algo, reírnos, mirarnos, hacer una ronda, cuidarnos, inventar una voz nueva, crear un personaje, respirar en sintonía. Es poquito, pequeño, chiquito... Y también un montón.
- ¿Hay fecha de retorno?
Una amiga marinera me dijo una vez que para vivir en un barco se necesita paciencia y flexibilidad. Y además, flexibilidad y paciencia, y en eso estamos. No tenemos fecha de nada. Vamos viendo entre lo que nos parece lo mejor y lo posible. Tratando de estar en el presente y también soñando mucho.