Ataque a escuelas: reflejo del ocaso
Varios establecimientos educacionales de la ciudad y de Frontera están a merced de los vándalos y ladrones, lo que deja en evidencia que en nuestra sociedad habitan personas sin noción verdadera de lo que significa vivir en comunidad y apostar al crecimiento y a la formación de las nuevas generaciones.
En menos de un mes la escuela Hipólito Bouchard sufrió diferentes robos y daños. El último de los ataques se conoció hace pocos días cuando se advirtió la rotura de un vidrio. La noticia señala que, de acuerdo a la información policial, el personal de limpieza de la escuela notó que el vidrio de una puerta que da al patio había sido roto.
Este hecho se suma a otros que ha venido padeciendo este establecimiento educacional en los últimos tiempos. Se recordó que días atrás se habían encontrado elementos del aula de Educación Física esparcidos por las instalaciones y también vidrios rotos, en tanto que anteriormente hubo otros destrozos en cercanías de la biblioteca.
Lo sucedido en la escuela Bouchard no constituye una novedad. Varios establecimientos educacionales de la ciudad y de Frontera están a merced de los vándalos y ladrones. Episodios similares han tenido como escenario varias escuelas y, entonces, va creciendo la preocupación frente a los destrozos que aparecen -que deben ser subsanados con la consiguiente erogación de recursos monetarios siempre escasos-, por la falta de seguridad existente y, en especial, por la alteración que estos sucesos producen en actividades educativas que están intentando volver a la normalidad luego de un año y medio de restricciones.
Hay que señalarlo con énfasis: los ataques de cualquier tipo contra edificios escolares son una agresión al futuro de la comunidad. Se pierden materiales imprescindibles para la tarea pedagógica, así como se rompen estructuras de los inmuebles que forman parte también de un entramado trascendente para la vida de una barriada, en especial de los niños y adolescentes que están en la etapa de escolarización.
Además, la sensación que prima es que una escuela vandalizada deja en evidencia que en nuestra sociedad habitan personas sin noción verdadera de lo que significa vivir en comunidad y apostar al crecimiento y a la formación de las nuevas generaciones. La educación es el modo más seguro para reencauzar a un país que sufre un proceso de decadencia sociocultural de magnitudes impensadas, potenciado por el extenso período de falta de presencialidad en las aulas y también por los mensajes -subliminales y no tanto- que llegan desde el poder, en los que el mérito de estudiar parece ser mala palabra y el esfuerzo no es contemplado como virtud.
A todo esto, se agregan las carencias económicas de vastos sectores de la población y también del contexto en el que se desenvuelve el accionar de las escuelas. Son varios los establecimientos que no pueden acceder a ningún método de vigilancia o disuasivo que enfrente el accionar de los vándalos y delincuentes. Amparados en las sombras y gozando de escandalosa impunidad, estos individuos no tienen ningún reparo en atentar contra el futuro de niños y jóvenes que seguramente conocen.
Debe insistirse en el reclamo para que los edificios escolares cuenten, todos, con la seguridad suficiente. Porque el destrozo y el robo en una escuela ataca las bases de la convivencia y es reflejo del ocaso en que estamos sumergidos.