Asoladora seguidilla de crímenes narcos
Resulta grave que se torne natural estos hechos que se repiten a diario. Más serio todavía es que no existan respuestas o que son ineficaces las pocas medidas que se adoptan. Los tentáculos criminales se extienden en todas las direcciones más allá de Rosario.
En las últimas dos semanas, hasta el miércoles 8 de septiembre, hubo 17 asesinatos en la ciudad de Rosario. Nuestro colega La Capital aclara que, sin embargo, "la acumulación de hechos no se dio como una constante sino en dos series: entre el 25 de agosto y el 1º de septiembre hubo once hechos y los últimos seis tuvieron la particularidad de haberse registrado en menos de 24 horas".
Otro dato estadístico se destaca a esta altura del año: se llevan contabilizados veinte asesinatos más que en la misma fecha de 2020, lo que puede consagrarse como una tendencia en los próximos meses y establecer un número de crímenes que no solo es espantoso, sino que refleja una realidad en la que las balas forman parte de la cotidianeidad en determinados sectores en los que las bandas de narcos dirimen sus "diferencias" mientras asuelan a la tercera ciudad del país.
Todos estos hechos terribles se suman al clima permanente de indefensión que se padece, mientras los narcotraficantes transitan armados en busca de sus presas, atentan contra comercios y edificios, exigen "peajes" a empresarios, asesinan a mansalva y obtienen pingües estipendios con la venta de droga. Para peor, con la complicidad de ciertos funcionarios judiciales y policiales, con la sospechosa "cercanía" de algunos políticos y con una impunidad que abruma.
Rosario fue bautizada como "la Chicago argentina" muchas décadas atrás. El apelativo que parecería una alabanza, supone todo lo contrario. En la ciudad portuaria que creció considerablemente entre fines del siglo XIX y principios del XX y se convirtió en el principal puerto cerealero del país, se instalaron mafiosos que se movieron con mucha violencia y corrupción, por lo que aquella denominación formulaba un parangón ineludible con las andanzas de Al Capone y otros delincuentes en aquella ciudad de los Estados Unidos.
Claro que ahora se trata de "negocios" más brutales. El narcotráfico ha sentado sus bases entre Rosario y el Conurbano, extendiendo sus oscuros tentáculos hacia muchos otros ámbitos. Al mismo tiempo, ha disparado una espiral de violencia cuya continuidad preocupa, alarma y debería encender todas las acciones destinadas a combatirla.
Por supuesto, el tema se ha metido en la campaña electoral. Pero solo en las palabras. En los hechos nada parece haber cambiado. Pululan las acusaciones cruzadas y las chicanas. Pero no se conocen planes de seguridad para que ciudadanos rosarinos -en especial de los barrios más humildes- puedan vivir con alguna tranquilidad y dejar de estar sumidos en un pozo en el que la muerte violenta es compañera frecuente.
Resulta grave que se torne natural la seguidilla de crímenes que se vienen cometiendo y las balaceras que se repiten a diario. Más serio todavía es el hecho de que no existan respuestas o que son ineficaces las pocas medidas que se adoptan. Y resulta mucho más preocupante la cuestión porque los tentáculos criminales se extienden en todas las direcciones más allá de la geografía de la gran ciudad santafesina.