Aldo Invernizzi, el arquitecto que diseñó el anfiteatro de Villa María
A sus 83 años, Aldo Invernizzi espera con ansias la edición dorada del Festival de Peñas de Villa María que nació junto al anfiteatro que él soñó y proyectó.
A dos días del inicio de la Edición de Oro del Festival Internacional de Peñas de Villa María, crece la expectativa tanto por parte de los organizadores como del público, que del 3 al 7 de febrero disfrutará de la actuación de destacados artistas nacionales e internacionales en lo que será la edición de Oro del evento que tradicionalmente reúne a espectadores de todo el país e incluso, del mundo, en el Anfiteatro Municipal "Hernán Figueroa Reyes".
Precisamente este último, guarda una historia de esfuerzo y emprendedurismo incansable, que tiene a Aldo Invernizzi como protagonista, quien hace cinco décadas soñó con la construcción de un anfiteatro en Villa María para poner en marcha el Festival de Peñas y a través de su proyecto, se pudo llevar adelante.
A sus 83 años, recuerda con emoción anécdotas de aquel primer festival y celebra que en 2017 cumple 50 años.
El arquitecto vive enfrente del Anfiteatro que él mismo proyectó. Recuerda que cuando empezaron a organizar los festivales, el intendente les dijo que el Estado no afrontaba los gastos. "El que quiere pachanga que la pague", les advirtió, según cuenta el Diario del Centro del País.
Aldo Invernizzi nació en Italia. En un viaje que hicieron sus padres para visitar parientes en Argentina se declaró la guerra en Europa y decidieron no volver. Corría el año 1938.
Así fue que su infancia transcurrió en Hernando y luego llegó con su familia a Villa María, donde cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional.
Fue testigo, como muchos de su generación, del crecimiento casi vertiginoso de la ciudad.
"Lamentablemente acá nadie tiene en cuenta la palabra 'urbanismo'. No saben si va con 'h' o no", dijo al hacer referencia a que ese desarrollo se dio sin demasiada planificación.
"Hay que pensar en el futuro. El crecimiento se debe planificar, pero lamentablemente no se prevé nada. Imagínese qué va a ser de esta ciudad con tantos automóviles en los próximos cinco años, no le hablo de mucho más allá. Las ciudades colapsadas son como los cuerpos con colesterol. Cuando se taponan, o se ensanchan las arterias o se muere", advirtió, sin dejar nunca de lado su mirada de arquitecto.
En ese rol, el de profesional, es que le presentó al entonces intendente Fernández Núñez el proyecto de creación de un Anfiteatro. "Cuando vio la iniciativa me dijo que estaba loco. Y ahí fue que guardé el plano", recordó.
Pero un día se forma en la ciudad una comisión de Turismo integrada por "grandes amigos", señaló. "Lamentablemente, soy el único que queda de ese grupo. Debe ser que el diablo no me quiere", bromeó.
Así, en ese grupo, pensaron en ideas para atraer el turismo a Villa María y surgió la propuesta de un festival.
El problema era dónde se hacía. "Una de las ideas era la Canchita de Ejercicios Físicos, pero no era adecuada por distintas razones. Entonces ahí dije: 'yo tengo un plano'", en referencia al proyecto del Anfiteatro.
El grupo se puso a trabajar "a cuenta y riesgo de nuestros bolsillos" y empezaron con los movimientos de tierra en el predio que hoy ocupa el Anfiteatro, que por entonces era un basural.
"El primer festival se hizo con sillas de madera y de lata. Bah, todas las sillas que andaban por ahí iban a parar al Anfiteatro. El trabajo más importante fue el movimiento de tierra, que se lo habíamos encargado a un señor Schuck, que trabajó incansablemente con su tractor".
El plano fue presentado por la comisión al entonces intendente Goletti. El mandatario les dijo que estaba muy buena la idea, "pero que a la pachanga la paga el que la hace", haciéndoles saber a ese grupo de entusiastas del folclore y de la promoción de Villa María, que la Municipalidad no iba a poner un peso para el Festival.
Así fue que se hizo el primer festejo. "Por supuesto que salimos perdiendo, así que todos hicimos unos cheques de nuestras cuentas. Eran otros tiempos, la gente hacía cosas por amor. Nosotros amábamos el folclore y a la ciudad", recordó.
Como arquitecto, tiene en sus espaldas proyectos importantes. Tal es así que fue el que gestionó ante el Banco Hipotecario la construcción de los monoblocks de la Costanera -otro símbolo de la ciudad- "que tuvo una férrea oposición de unos concejales que los querían hacer en otro lado, por algún negocio que tenían y que prefiero no mencionar", dijo.
Pero más allá de la importancia de sus proyectos, seguramente el del Anfiteatro lo marcó para el resto de la vida. "El primer año, hubo unas tres mil personas. Para el segundo, ya pudimos hacer las butacas. Había unas 5.500", recordó.
Hoy es un vecino más del barrio Palermo que disfruta desde su vivienda de las noches festivaleras, aunque ya no sea el folclore lo primordial. "El sonido va para arriba, así que no es molesto para los vecinos del sector. Y por la gente, cómo me va a molestar ver gente contenta", dijo.