¿La normalidad no existe más?
En la Argentina parece ser que algunos dirigentes tienen las cuestiones más claras. ¿La cuarentena es la nueva estrategia que utilizan los gobernantes en la lucha por el poder?, ¿si la normalidad no existe más, cuál será el accionar de estos dirigentes en la anormalidad que dominará la existencia de las personas y la sociedad argentina en el futuro cercano?
La pandemia mundial está generando sensaciones similares a una película de suspenso, en la que aún no se avizora el final. Se observa incertidumbre creciente, no hay una hoja de ruta que pueda considerarse definitiva. Desconcierta a las sociedades no conocer cuándo terminará esta situación. Es decir, en qué tiempo se podrá volver a la normalidad.
Es más, esta sensación de estar a la deriva se ve acrecentada por la enorme cantidad de mensajes contradictorios y falsos que circulan. La desinformación agiganta la confusión y genera un panorama en el que la angustia crece en muchas personas, aun cuando algunos toleran mejor que otros el aislamiento.
En la Argentina parece ser que algunos dirigentes tienen las cuestiones más claras. De lo contrario no se comprendería la afirmación contundente formulada por el gobernador de Buenos Aires en un acto realizado en una fábrica automotriz. Axel Kicillof sentenció que "la normalidad no existe más. No se puede volver a la normalidad: es un sueño, una fantasía y un suicidio colectivo".
Semejante afirmación obliga a hacer preguntas en dos direcciones. La primera, filosófica. ¿Qué se entiende por normalidad? ¿Qué es lo que no existe más? La segunda, política: ¿la cuarentena es la nueva estrategia que utilizan los gobernantes en la lucha por el poder?, ¿si la normalidad no existe más, cuál será el accionar de estos dirigentes en la anormalidad que dominará la existencia de las personas y la sociedad argentina en el futuro cercano? O bien, para razonar en los dos sentidos, ¿cuáles serán los rasgos distintivos de algo que se llame "nueva normalidad?
Por aquello de la incertidumbre, innumerables especulaciones se podrían hacer respecto de este último interrogante. La normalidad que suplantaría a la que "ya no existe" según decretó el mandatario bonaerense, ¿supondría, entre otras cosas, prolongar las restricciones a la circulación de manera indefinida, continuar con la centralización de las decisiones en el Ejecutivo, manteniendo paralizado al Poder Judicial y en virtual cuarentena al Legislativo, salvo -por ejemplo- para trámites exprés que aprovechen este tiempo para aprobar normas que en otro momento desatarían polémicas y protestas? ¿Sería también "normal" disponer medidas confiscatorias de la propiedad privada con el argumento de que se otorgaron subsidios para el pago de sueldos ante la imposibilidad de continuar la producción en las empresas dispuesta por el Estado?
Los interrogantes pueden ser muchos más. Por antecedentes ya experimentados en el país y en otras naciones, no sería descabellado que el barbijo se convierta en el símbolo de una era en la que las bocas estén tapadas no solo para evitar contagios, sino también para cercenar la libertad de expresar ideas y opiniones. Quizás en esto último radique la más peligrosa faceta de la normalidad que asomaría si la anterior ya no existe más.
La contundente expresión del gobernador de Buenos Aires parece imponer la idea de que debe establecerse una nueva. Y que sus parámetros los definirían los gobernantes, aprovechando que la ciudadanía está encorsetada y con miedo por la pandemia. Es que, los estudios de comunicación de masas así lo certifican, la imposibilidad de conocer el final de la historia convierte a las personas y a las sociedades en entes proclives a ser manipulados.