Cuando el fútbol se comió una guerra
En el tercer mundo hay dos países vecinos con una frontera permeable. Pobreza y hambre. Dictaduras y rencores mutuos. En el medio, un partido de fútbol para clasificar a un Mundial. Suenas goles a la distancia. Pero también suenan los aviones tirando bombas, y las gargantas de miles de personas muriendo.
Por Manuel Montali
Hace medio siglo,Ryszard Kapuściński, periodista polaco, la llamó "La guerra del fútbol", argumentando que, en América Latina, la frontera entre el fútbol y la política es vaga, y que allí los estadios tienen una doble funcionalidad: templos del deporte durante la paz, campos de concentración en tiempos de guerra.
El Estadio Nacional de Chile, el Mundial de 1978 (con los papelitos lloviendo sobre los techos de la Esma) le dan la razón. Pero también se han valido de esa frontera vaga, del deporte y también del espectáculo, Adolf Hitler, Benito Mussolini y los emperadores romanos en los años remotos del pan y circo.
La verdadera causa de este conflicto es en esencia una frontera vaga, pero geográfica. El Salvador y Honduras, 1969. Dos países de tercer mundo gobernados políticamente por dictaduras, y económicamente por latifundistas. El primero, el más pequeño de Centroamérica pero con la mayor densidad demográfica del hemisferio occidental. El segundo, con una superficie cinco veces mayor y casi la mitad de la población de su vecino.
Desde hacía años, el hacinamiento y la pobreza empujaban a miles de salvadoreños a las tierras de su vecino, en una migración desordenada que terminó levantando protestas de los hondureños, reclamos por la tierra, disputas fronterizas y otra serie de tensiones en el seno del mercado común centroamericano. Honduras comenzó a devolver camionadas de salvadoreños. Y comenzó a cazarlos como animales, bajo la forma de un grupo paramilitar llamado "Mancha brava".
En el medio, durante junio de 1969, una serie de fútbol. Honduras y El Salvador debieron verse las caras, once contra once, para disputar un cupo en el Mundial de México del año siguiente. El primer cotejo, en Tegucigalpa, lo ganó el dueño de casa 1-0. La revancha, la semana siguiente en San Salvador, también fue para los locales, 3-0. Las crónicas dan cuenta de hostigamiento en ambos casos para las delegaciones visitantes. El partido desempate se jugó doce días después en el país anfitrión del Mundial, y tuvo un desenlace épico, con El Salvador imponiéndose 3-2 en tiempo de descuento.
El Salvador ganaría su derecho a ir a México. Pero igual seguiría siendo expulsado de Honduras.
El 14 de julio, aviones de El Salvador bombardearon Honduras, que no tardó en responder fuego contra fuego. La guerra duró 100 horas (de allí que se la conoce también con ese nombre) hasta que mediante intervención de la Organización de Estados Americanos se acordó el cese. No hubo ningún desenlace épico. No se sabe quién ganó, sí que se perdieron miles de vidas, campos y aldeas.
El mercado común centroamericano saltó por los aires en medio de boicots cruzados. Desde entonces, la situación no ha cambiado mucho. ParaKapuściński, la única chance que los países pequeños del tercer mundo tienen de evocar el interés internacional "es cuando derraman su sangre". Para Galeano, "la violencia que desemboca en el fútbol no viene del fútbol, del mismo modo que las lágrimas no vienen del pañuelo".
A veces, como canta León Gieco, el fútbol se lo comió todo. El conflicto entre estos dos vecinos, El Salvador y Honduras, se conoce como "La guerra del fútbol". Pero no fue culpa del fútbol. Fue culpa de las desigualdades. De la pobreza. Del hambre. Del odio.